Ingredientes naturales y ecológicos, cero añadidos químicos, para elaborar la primera y única cerveza con certificación ecológica de la Comunidad de Madrid. Una certificación que recibió en septiembre de 2015, año y medio después de poner en marcha la cervecera Gabarrera, empresa localizada en la localidad madrileña de Mataelpino, a los pies del Parque Nacional Sierra del Guadarrama, de cuya agua bebe esta cerveza artesana.
Sus artífices, Mónica Somacarrerra y Javier Terrón, provienen del mundo de la intervención social, con formaciones muy dispares. Ella, ingeniera forestal. Él, psicólogo. Ambos siempre vinculados a proyectos de impacto social. “A veces te asusta tener ideas no vaya a ser que se pongan en práctica”, afirma Javier. Y esto es exactamente lo que ocurrió siete años atrás.
Desde hacía tiempo, Mónica y Javier querían montar un proyecto que les permitiera vivir de él, con un impacto en positivo hacia el medio, aunque fuera mínimo. Entendiendo el medio como una sinergia del espacio natural y las personas que en él viven. Ambos se han criado en el monte, con preparaciones muy intensas en cuanto a medio ambiente, una materia que tienen muy integrada. “Quisimos que fuera un negocio de producción porque Madrid adolece de estructura productiva en economía social y solidaria”.
Javier Terrón reconoce la complejidad de sacar adelante un proyecto de las características del suyo y, más, subraya, si está enmarcado en el ámbito de la economía social. “Cuesta mucho que las entidades financieras comprendan que invertir en la formación de personas es inversión y no pérdida”. Se lamenta, asimismo, y se muestra muy crítico, con la normativa actual sobre productos artesanales, muy complicada al enmarcarlos en industria. “Nos zurran a impuestos con normativas marcadas en industria de dimensiones que nada tienen que ver con esto y, trabajar con este encorsetamiento es muy difícil”.
Mónica resalta la otra cara de la moneda y se congratula de haber logrado hitos durante estos años. “A veces nos cuesta medir el impacto porque estamos absorbidos por el día a día, pero ha sido súper positivo”. Uno de aquellos primeros objetivos, fue el lúpulo, proyecto con el que fabulaban, algo revolucionario en el mundo agrario. “Que un proyecto de investigación de lúpulo silvestre para su cultivo en ecológico no dependa de una subvención, sino que tenga una partida presupuestaria propia, es inédito”.
Javier defiende y apuesta por el trabajo en red, que es como salen adelante proyectos de grandes objetivos. Pensando en suma de recursos, no en una multinacional que facture millones. Casi todo está inventado, ¿por qué empeñarse en reinventar?, pregunta que se cuestiona Javier Terrón en alto para la que tiene una clara reflexión. “Conectar con la persona o personas o entidades que ya lo hayan hecho, ver cómo lo han hecho, aprender todo lo que se pueda de ellos. Adaptándolo a tu realidad, entorno y proyecto. Observando su recorrido, ahorras hacerlo tú. Trabajar en red es como se llega a objetivos más amplios”.
Tras barajar y desarrollar otros proyectos susceptibles de materializarse, y haber emprendido diferentes causas, finalmente el interés de Javier Terrón por la cerveza se convierte en el canal idóneo a través del que proyectar la cervecera Gabarrera. ¿Por qué la cerveza?… “porque me gusta mucho, he viajado mucho, he vivido temporadas en países donde había una cerveza maravillosa y que aquí no teníamos”, comenta Javier. La afición se convierte en idea… “y se convierte en un canal… barajamos otros proyectos pero queríamos que fuese productivo”.
Lo que tanto Javier como Mónica pretendían, cuentan, era montar un proyecto que tuviera, aunque mínimo, un impacto social y medioambiental en la zona y en concreto Mataelpino, lugar en el que se localiza el obrador. Un negocio que les permitiera, además, auto gestionarse. “Queríamos depender exclusivamente de nosotros y para ello pretendíamos un negocio productivo”.
La ventaja de emprender es que tú peleas tu proyecto. Y a donde llegas es con tu esfuerzo. Es tu sueño, no el de otro. Llegarás o no, pero es tuyo. El proyecto de Gabarrera, recuerda Terrón, comenzó muy mal financiado y esa situación ha hecho que se arrastren rémoras económicas y estructurales que les impiden hoy estar en una mejor posición y con mayor proyección. “Si volviéramos a montarlo, lo haríamos si tuviéramos recursos”.
Un negocio pensado en forma de cooperativa que no pudieron inicialmente constituir, -lo lograron en abril de 2016-, pero sí convertirlo en lo que actualmente es: “un espacio de formación y empleo para personas procedentes de colectivos en riesgo de exclusión”. Migrantes, minorías étnicas, gente sin estudios, mujeres mayores de 55 años del ámbito rural, madres en paro y con dificultad de empleabilidad o personas con discapacidad integran o han integrado su nómina de personas empleadas. “Se valora la necesidad del puesto. Personas en riesgo de exclusión siempre que respondan al perfil de la ocupación a cubrir”.
Como cooperativa de iniciativa social sin ánimo de lucro, su obligación es formar en economía social y solidaria. También sus estatutos recogen la formación en cuestiones de ecología, comercio justo y economía circular.
Conocían el concepto de economía circular. Ambos se han movido en ámbitos afines y relacionados con esa forma de entender la gestión. Miraron incluso posibilidades de reutilización de residuos para hacer otro tipo de subproductos. Pero finalmente optaron por el diseño de un proyecto ecológico. Para Mónica aplicar la economía circular al día a día es lo lógico. “Nuestra idea siempre ha sido que la cervecera fuera de la mano de otros proyectos y que se retroalimentaran entre ellos, beneficiándose la cervecera de unos y estos de la cervecera”.
Debe de haber formación en consumo responsable, ser conscientes del volumen de residuos que estamos dejando. Exigir reutilización. Cultivos extensivos, explotaciones agropecuarias extensivas, una industria que contamina de la forma en que lo hace, un consumo como el actual, nada de esto es sostenible. “Hace 30 años”, recuerda Javier de manera categórica, “vivíamos de otra manera y nos han vendido que no se puede vivir así. Cuando éramos guajes comíamos productos de temporada, carne un día o dos a la semana como mucho, no se tiraba nada. No se genera una comunidad crítica sin educación”.
Un pilar fundamental para cambiar lo que tenemos es la educación. Si cuentas y explicas que la agricultura ecológica está obligada a mejorar el suelo, terminará calando.
A nivel universidad, Javier considera que debe de formularse un postulado desde los decanatos y rectorados. “No podemos trasladar la responsabilidad a los chavales. La responsabilidad la tenemos las personas que formamos y, como formadores somos los que debemos estructurar qué información se transmite a estos chavales y qué capacidad crítica les damos”. Su responsabilidad es formarse para hacer las cosas mejor. La nuestra, formarles para que lo puedan hacer.
Entrevista realizada por: Manuel Redondo. Redacción: Nuria Dufour. Abril 2019.